martes, 12 de mayo de 2009

Rutina


Indeleble, el despertador suena como cada mañana a las 7. Después de varios bostezos y de dormir intermitentemente llegan las siete y veinte. La televisión se enciende y me recuerda que ya no puedo, ni debo permanecer más en la cama. Una ducha rápida y un desayuno fugaz siguen la monotonía de mis actos. Mi cuerpo se arrastra por unas calles aún por construir hasta llegar a la puerta del trabajo.

Y una vez dentro, nos encontramos las mismas caras de cada día, la misma hipocresía, las mismas conversaciones, la misma pantalla de ordenador que me conecta con el mundo exterior. Los minutos y segundos pasan lentamente, no avanzan, se entretienen jugando con mi impaciencia; pero al final llega la hora de huir y no volver hasta mañana. Observo con la mirada fija el reloj que aparece a la derecha de la pantalla y empiezo la cuenta atrás con las manos puestas en el ratón del ordenador para apagarlo justo en el momento en el que aparezca un cinco en ese reloj digital.

Salgo veloz hacia la calle, para respirar aire puro y limpio. Voy a comer y a ver la familia, pero realmente no tengo hambre sino sueño. Un sueño profundo en el que podría sumergirme hasta las siete del próximo día, pero otras obligaciones me reclaman.

La comida se convierte en un rápido intercambio de sentimientos y de secuencias vividas durante la mañana; y la tarde llega con las inagotables energías de unos adolescentes ávidos por encontrar una solución fácil, rápida y sin complicaciones a sus tareas escolares.

De repente todo ha finalizado y sin saber como me encuentro en el sofá de casa mirando la televisión y comiendo algo preparado de manera rápida. Desconecto del mundo para entrar en los mundos suburbiales que me ofrece la pantalla, hasta que el sueño se apodera nuevamente de mí y decido irme a dormir a la cama.

Indeleble, el despertador suena como cada mañana a las 7. Después de varios bostezos y de dormir intermitentemente llegan las siete y veinte. La televisión se enciende y me recuerda que ya no puedo, ni debo permanecer más en la cama. Una ducha rápida y un desayuno fugaz siguen la monotonía de mis actos. Mi cuerpo se arrastra por unas calles aún por construir hasta llegar a la puerta del trabajo.

1 comentario:

Mónica la más dulce dijo...

Lo que mata es la rutina, viejo dicho porteño del mundo de hoy. La hipocresía sigue siendo una costante en nuestra vida, envilecida por esa rutina de la que no podemos huir. Soñadores de utopías quisieramos romper con ella, todo llega, hasta esa ruptura final que nos libera sin saber después como seguir. Renegamos de aquello que luego añoraremos, ¡¡si seremos raros!!. Me encanta leerte, ya era hora de que escribieras, espero seguir leyendo más.
Te requiero un montonazo.
Besazos wapo.